viernes, 24 de enero de 2014 0 comentarios

La Playa

Llega la época del verano y me doy cuenta de muchas cosas, pero una es la que me intriga más que las demás: ¿por qué el tiempo tiene que avanzar tan rápido?
Estamos, prácticamente, corriendo en esta vida. Este mundo, gracias a un montón de cosas, pareciera no tener freno. Y te das cuenta de que el tiempo pasa y pasa. Y muchas cosas van cambiando con el pasar del tiempo. Muchas. Prácticamente todas.
No sé si es tristeza lo que siento en este momento. Difícil que lo sea. Llevo una vida plena, tengo una polola que me ama (y la amo), tengo una familia la raja y me va bien en la universidad. Y, a pesar de ser un flojo de mierda, creo que, por lo menos a esta altura del año, creo que me merezco ser un flojo de mierda.
Si no es tristeza, ¿qué me pasa entonces? ¿Es nostalgia? Sí, es nostalgia. Nostalgia por el tiempo ya pasado. Por esos días que ya fueron y que nunca volverán. Nostalgia por esos momentos de alegría y regocijo vividos en un balneario no muy lejano de Santiago y que ahora parecen haberse esfumado conforme pasaron los años.
Quintero ya no es lo mismo. No solo porque empezó a llegar gente indeseable a la comuna y que las playas ya prácticamente no existen después del terremoto del 2010. No, no es solo por eso.
Antes daban ganas de ir a Quintero y pasarlo bien. Quedarse dos semanas, tres semanas, un mes incluso, solo para pasarlo bien, para relajarse antes de empezar con el ajetreo de la rutina de todos los años. Quedarse en una casa conviviendo con gran parte de la familia, estar siempre con una sonrisa en la cara y hacer asados sólo porque a mi abuelo, a mi papá o a cualquier integrante de la familia se le ocurriera. Partir en patota a la playa y ocupar gran parte de esta con los no-sé-cuántos integrantes de la familia y disfrutar y quedarse hasta la puesta de sol, hasta que nos muriéramos de frío para volver a la casa con las calles ya casi oscuras. Tomar once y bajar al centro a tomar una bebida, a jugar una lotería, a ver las ferias artesanales, a ver los partidos del Colo, a jugar taca taca o, simplemente, a caminar. Y volvíamos tarde, muy tarde. Y nos quedábamos conversando hasta las 4 de la mañana en el comedor. O jugando cartas. O lotería. O haciendo cualquier cosa. Y más encima, en las "mejores" épocas, éramos casi 20 personas (o más) viviendo en una misma casa y nadie se hacía problema por nada.
¿Qué fue de esos tiempos? ¿O qué pasó entremedio que, poco a poco, la convivencia se fue haciendo cada vez más difícil?
Por poner un ejemplo: no recuerdo haber visto tantas peleas, malas caras y lágrimas como en el verano pasado. Y por puras pelotudeces, de repente. Pero es cierto: nos vamos poniendo viejos y eso es irremediable. Y cada vez el carácter de cada una de las personas aflora más. Y en los peores momentos, como para armar discusiones, para mí, sin sentido. De hecho, me sorprendí de mí mismo cuando le dije a la Dani, mi polola, que lo único que quería era irme. Era la primera vez en mi vida que no quería estar un día más en Quintero.
Ya no es agradable ir a Quintero, a pesar de que estoy con la familia que amo. No es agradable ir a ver puras peleas, discusiones y malas caras cuando alguien no se levanta o cuando no se hace lo que los demás quieren. ¿Dónde quedó la libertad, la alegría, el descanso y las ganas de pasarlo bien? ¿Quién nos quitó eso en el camino?
Quizás sea muy inmaduro lo que haya dicho y quizás, también, lo sea lo que voy a preguntar ahora, pero...¿puedo pedir, aunque sea, un verano más sin caras largas, sin discusiones tontas, sin esas "programaciones" ridículas (como: "a esta hora vamos a salir a tal lado", por ejemplo) y con las puras ganas de pasarlo bien y disfrutar en familia y con aquellos que ya son parte de la familia?
Solo pido eso. Para que los buenos recuerdos de Quintero no se queden en eso: un recuerdo.
 
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