Parece que ese momento por fin llegó. Parece que ahora llegó el momento de sentar cabeza y madurar de una buena vez.
Y lo que antes se veía como una pesadilla, hoy se ve con la mayor calma del mundo.
Porque según tú es un regalo.
Y parece que yo me estoy creyendo el cuento de que en realidad es un regalo.
¿No crees?
¿Qué te pasa, Sebastián? ¿Acaso quieres que todo lo que cultivaste por 2 años se vaya a la mierda de un momento a otro? ¿Acaso quieres que por tus estúpidas mañas, tu novia se termine por chorear y te mande a la cresta? No sigas así, Sebastián.
¿Cuántas veces has querido cambiar? Muchas, ¿verdad? ¿Y cuántas veces cambiaste de verdad? Unas pocas. Contadas con los dedos de una mano, supongo.
¿Por qué no cambias por tu novia, Sebastián? ¿Acaso no te das cuenta que ella ha cambiado mil actitudes sólo para estar contigo, y tú no haces nada? No puedes ser así, Sebastián. Avíspate. Esta es la persona más hermosa que has conocido y no puedes perderla por tus estúpidas mañas.
Deja que se divierta. Deja que sea como ella es. No la juzgues. No le digas qué es lo que tiene que hacer. Sólo consiéntela. Sólo debes estar al lado suyo y ella será feliz. ¿No te das cuenta de eso? ¿O tampoco te das cuenta de que ella es feliz con sólo estar al lado tuyo?
No seas estúpido.
Y no llores. Porque las lágrimas son sólo una muestra de que lo que por ahora te quiere ganar te está ganando. No debes perder. Debes levantar esa frente y seguir adelante.
No la cagues, Sebastián. Mira que yo, conociéndote, en tus 18 años de vida nunca habías encontrado a alguien con esa capacidad de amar y de hacerte feliz, como lo hace ella. No la desperdicies, porque si la desperdicias, puede que tu vida caiga en un pozo bastante profundo y quizás no haya salida.
No seas tonto. Sé feliz y cumple todos los sueños que quisiste cumplir con ella. Ella es la indicada. Te lo aseguro.
Y tienes que creerme. Después de todo, soy tu conciencia.
¿Cuántas veces has querido cambiar? Muchas, ¿verdad? ¿Y cuántas veces cambiaste de verdad? Unas pocas. Contadas con los dedos de una mano, supongo.
¿Por qué no cambias por tu novia, Sebastián? ¿Acaso no te das cuenta que ella ha cambiado mil actitudes sólo para estar contigo, y tú no haces nada? No puedes ser así, Sebastián. Avíspate. Esta es la persona más hermosa que has conocido y no puedes perderla por tus estúpidas mañas.
Deja que se divierta. Deja que sea como ella es. No la juzgues. No le digas qué es lo que tiene que hacer. Sólo consiéntela. Sólo debes estar al lado suyo y ella será feliz. ¿No te das cuenta de eso? ¿O tampoco te das cuenta de que ella es feliz con sólo estar al lado tuyo?
No seas estúpido.
Y no llores. Porque las lágrimas son sólo una muestra de que lo que por ahora te quiere ganar te está ganando. No debes perder. Debes levantar esa frente y seguir adelante.
No la cagues, Sebastián. Mira que yo, conociéndote, en tus 18 años de vida nunca habías encontrado a alguien con esa capacidad de amar y de hacerte feliz, como lo hace ella. No la desperdicies, porque si la desperdicias, puede que tu vida caiga en un pozo bastante profundo y quizás no haya salida.
No seas tonto. Sé feliz y cumple todos los sueños que quisiste cumplir con ella. Ella es la indicada. Te lo aseguro.
Y tienes que creerme. Después de todo, soy tu conciencia.
2 años. ¿Quién lo diría? Ni siquiera el hincha más acérrimo de nuestro amor lo hubiera pensado. Y aquí estamos. Podría decirse que todavía estamos sin ningún problema por delante. Todo lo malo que ha pasado lo hemos dejado atrás. Y seguimos felices, que es lo que importa.
No quiero ahondar en el cliché de recordar todo lo que ha pasado, porque yo creo que más de alguno que haya leído este blog leyó todo lo que hemos vivido, además de que nosotros más que nadie sabemos por todo lo que hemos pasado.
Pero en resumidas cuentas hemos pasado por un montón de cosas. Penas y alegrías. Más alegrías que penas. Como debe ser. Pero todavía me duelen algunas heridas que no sanan (el no haberte acompañado cuando murió tu abuelo aún me pesa). Pero aparte de todo eso, me gusta recordar los lindos momentos: la primera vez que nos vimos (aún recuerdo tus brazos temblorosos), nuestro primer beso, nuestra primera vez, nuestras primeras reuniones con las familias de cada uno, cada vez que nos acompañamos en momentos difíciles, etc., etc., etc.
Me ha costado asimilar que una persona tan hermosa como tú haya llegado a mi vida. Una vida que hasta hace algún tiempo no valía nada, ahora lo vale todo. Porque ahora tengo una razón de vivir que eres tú. Ahora tú tienes una razón de vivir que soy yo. Y si no estamos el uno para el otro, simplemente no somos nadie. Por eso somos lo que somos. Somos uno.
Lo único que me queda, después de haber lanzado esta sarta de ideas sin conexión entre sí, es darte las gracias. Gracias por ser como eres. Gracias por haberte aparecido en mi vida. Gracias por aceptarme con todas mis virtudes y todos mis defectos. Gracias por dejarme entrar en tu vida. Y por sobre todas las cosas, gracias por amarme tanto.
Te amo.
PD: ¿Me habrá quedado bonito? Porque ni siquiera sé que escribí.
No quiero ahondar en el cliché de recordar todo lo que ha pasado, porque yo creo que más de alguno que haya leído este blog leyó todo lo que hemos vivido, además de que nosotros más que nadie sabemos por todo lo que hemos pasado.
Pero en resumidas cuentas hemos pasado por un montón de cosas. Penas y alegrías. Más alegrías que penas. Como debe ser. Pero todavía me duelen algunas heridas que no sanan (el no haberte acompañado cuando murió tu abuelo aún me pesa). Pero aparte de todo eso, me gusta recordar los lindos momentos: la primera vez que nos vimos (aún recuerdo tus brazos temblorosos), nuestro primer beso, nuestra primera vez, nuestras primeras reuniones con las familias de cada uno, cada vez que nos acompañamos en momentos difíciles, etc., etc., etc.
Me ha costado asimilar que una persona tan hermosa como tú haya llegado a mi vida. Una vida que hasta hace algún tiempo no valía nada, ahora lo vale todo. Porque ahora tengo una razón de vivir que eres tú. Ahora tú tienes una razón de vivir que soy yo. Y si no estamos el uno para el otro, simplemente no somos nadie. Por eso somos lo que somos. Somos uno.
Lo único que me queda, después de haber lanzado esta sarta de ideas sin conexión entre sí, es darte las gracias. Gracias por ser como eres. Gracias por haberte aparecido en mi vida. Gracias por aceptarme con todas mis virtudes y todos mis defectos. Gracias por dejarme entrar en tu vida. Y por sobre todas las cosas, gracias por amarme tanto.
Te amo.
PD: ¿Me habrá quedado bonito? Porque ni siquiera sé que escribí.
Desperté sin ningún ánimo de abrir los ojos. Lo único que escuchaba eran los gritos desesperados de mi mamá tratando de despertar a toda la familia porque ya era tarde.
Le hice caso. Abro los ojos y me levanto. Lo primero que hago después de levantarme es ir al baño y me veo al espejo: una barba que parece que no fue tocada en semanas, un pelo tieso y grasiento de tanto tiempo sin lavarse y unas ojeras del porte de una almeja. En resumen, un perdedor. Sí. Un completo perdedor.
Algo había pasado el día de ayer. Un hecho que quizás no sea demasiado importante, pero que, en el fondo, igual resulta ser importante, ya que fue un hecho que marcó mi vida y la de ella.
Luego de todo lo que pasó, ella lo único que quería era irse a su casa. No soportaba la vergüenza. No soportaba la amargura. No soportaba la rabia. No se podía sacar de la mente el momento exacto en que todo pasó. Y yo tampoco. Lo único que quería era terminar de una vez por todas con mi existencia. Por alguna razón (que aún no recuerdo) lo único que quería era que ella también terminara con su vida, sólo para que no siguiera sufriendo. El sufrimiento parecía un grito ensordecedor: no desaparecía, no paraba de molestar.
Aún recuerdo la cara de mi viejo enfurecido. Aunque también vi en sus ojos algo de desilusión. Decepción porque el muchacho que él había criado durante toda la vida le estaba mostrando una faceta casi desconocida de su vida.
Y qué hablar de mi vieja. Mi vieja estaba igual de desilusionada que mi viejo. Capaz no lo expresaba de la mejor manera, pero se le notaba. Sus ojos vidriosos me lo decían todo.
Yo...estaba destrozado. No sabía qué hacer. No encontraba la respuesta a tantas preguntas que rondaban por mi cabeza. Veía la cara de ella llorando, desconsolada. Trataba de hacerse la fuerte, pero no le resultaba. Yo, como estaba destrozado, no podía ser el pilar que ella necesitaba para poder mantenerse en pie.
Salimos a caminar un rato. No podíamos seguir en ese lugar. Lo único que queríamos era salir y dejar todo botado. No nos importaba nada ni nadie más. Sólo nosotros.
Mientras seguíamos caminando, me di cuenta de algo: el dolor ya era casi insoportable. Los recuerdos se venían a nuestras mentes de un momento a otro. Por suerte estaba lloviendo. Gracias a eso, nuestras lágrimas se camuflaban bajo las gotas que caían.
Ahora que desperté, pienso en una frase que escuché en una canción: "Ayer agonizó el amor, la muerte lo dejó escoger...". Parece que el amor escogió seguir viviendo.
Y mientras pensaba en esa frase, se me vino otra a la mente: "Hoy puedo hablar, puedo llorar...Pero siempre habrá más de una razón para cantar y olvidar".
Después de la última frase, ella me llama diciendome: "Olvidémonos de todo esto". Yo le respondo con esto: "Hagamos como que ese día nunca existió. Sigamos teniendo nuestras vidas normalmente, aunque cueste. Sigamos siendo uno, como siempre lo hemos sido".
Y de repente, algo me nace desde muy adentro del corazón: "¿Te quieres casar conmigo?".
Ella, llorando (de felicidad, supongo), me responde con un tierno: "Acepto".
Una lágrima cae por mi rostro y esbozo una sonrisa.
Todo había pasado.
(Escrito encontrado en un vagón del Metro por una ociosa que me lo pasó para que lo escribiera, porque lo encontro bonito)
Le hice caso. Abro los ojos y me levanto. Lo primero que hago después de levantarme es ir al baño y me veo al espejo: una barba que parece que no fue tocada en semanas, un pelo tieso y grasiento de tanto tiempo sin lavarse y unas ojeras del porte de una almeja. En resumen, un perdedor. Sí. Un completo perdedor.
Algo había pasado el día de ayer. Un hecho que quizás no sea demasiado importante, pero que, en el fondo, igual resulta ser importante, ya que fue un hecho que marcó mi vida y la de ella.
Luego de todo lo que pasó, ella lo único que quería era irse a su casa. No soportaba la vergüenza. No soportaba la amargura. No soportaba la rabia. No se podía sacar de la mente el momento exacto en que todo pasó. Y yo tampoco. Lo único que quería era terminar de una vez por todas con mi existencia. Por alguna razón (que aún no recuerdo) lo único que quería era que ella también terminara con su vida, sólo para que no siguiera sufriendo. El sufrimiento parecía un grito ensordecedor: no desaparecía, no paraba de molestar.
Aún recuerdo la cara de mi viejo enfurecido. Aunque también vi en sus ojos algo de desilusión. Decepción porque el muchacho que él había criado durante toda la vida le estaba mostrando una faceta casi desconocida de su vida.
Y qué hablar de mi vieja. Mi vieja estaba igual de desilusionada que mi viejo. Capaz no lo expresaba de la mejor manera, pero se le notaba. Sus ojos vidriosos me lo decían todo.
Yo...estaba destrozado. No sabía qué hacer. No encontraba la respuesta a tantas preguntas que rondaban por mi cabeza. Veía la cara de ella llorando, desconsolada. Trataba de hacerse la fuerte, pero no le resultaba. Yo, como estaba destrozado, no podía ser el pilar que ella necesitaba para poder mantenerse en pie.
Salimos a caminar un rato. No podíamos seguir en ese lugar. Lo único que queríamos era salir y dejar todo botado. No nos importaba nada ni nadie más. Sólo nosotros.
Mientras seguíamos caminando, me di cuenta de algo: el dolor ya era casi insoportable. Los recuerdos se venían a nuestras mentes de un momento a otro. Por suerte estaba lloviendo. Gracias a eso, nuestras lágrimas se camuflaban bajo las gotas que caían.
Ahora que desperté, pienso en una frase que escuché en una canción: "Ayer agonizó el amor, la muerte lo dejó escoger...". Parece que el amor escogió seguir viviendo.
Y mientras pensaba en esa frase, se me vino otra a la mente: "Hoy puedo hablar, puedo llorar...Pero siempre habrá más de una razón para cantar y olvidar".
Después de la última frase, ella me llama diciendome: "Olvidémonos de todo esto". Yo le respondo con esto: "Hagamos como que ese día nunca existió. Sigamos teniendo nuestras vidas normalmente, aunque cueste. Sigamos siendo uno, como siempre lo hemos sido".
Y de repente, algo me nace desde muy adentro del corazón: "¿Te quieres casar conmigo?".
Ella, llorando (de felicidad, supongo), me responde con un tierno: "Acepto".
Una lágrima cae por mi rostro y esbozo una sonrisa.
Todo había pasado.
(Escrito encontrado en un vagón del Metro por una ociosa que me lo pasó para que lo escribiera, porque lo encontro bonito)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)